LEYENDAS Y CUENTOS
DE LA INDIA

Libro

Un puñado de rupias por un consejo

Un pobre Brahmán ciego y su mujer dependían de su hijo para sobrevivir. Todos los días el joven solía salir para mendigar e intentar conseguir algo. Esto lo estuvo haciendo durante mucho tiempo, hasta que llegó un momento que se sintió muy cansado sobre todo de ver su vida tan desdichada. Así pues, decidió irse e intentar suerte en otro país. Informó de sus intenciones a su mujer, y le pidió que se hiciera cargo de la situación, ayudando a sus padres como pudiera durante el tiempo que él estuviera fuera.

Le pidió por favor que trabajara duro, para que sus padres no maldicieran el hecho de que él se fuera, ya que esto podría matarle.

Una mañana partió con algo de comida en un pañuelo, y anduvo un día tras otro, hasta que llegó a la capital del país vecino. Al llegar se sentó cerca de una tienda de mercaderes y se puso a pedir limosna. El mercader le preguntó de donde había venido, porque había venido y cual era su casta; entonces él le contestó que era un Brahman y que su estilo de vida y la de su mujer era pedir y vagar de un lugar a otro.

El mercader se conmovió con sus palabras y le aconsejó que visitara al rey de ese país, que era un rey muy generoso. Incluso el mercader se ofreció a acompañarle hasta la corte.

Resulta que en esos mismos días, el rey estaba buscando un Brahman que cuidara su templo dorado que justo había construido. Así pues, el rey se puso muy contento cuando lo vio y cuando escuchó que se trataba de un hombre bueno y honesto.

Inmediatamente le puso al cargo del templo, y ordenó trajeran 50 bolsas de arroz y cien rupias para pagar al Brahman, que es lo que le pagaría todos los años.

Dos meses más tarde, la mujer del Brahman, que no había sabido nada de su marido, dejó su casa y fue en su busca. Por cosas del destino llegó a la misma ciudad que había llegado su marido.

TulipanesAllí escuchó que cada mañana, en el templo dorado, se entregaba una rupia dorada en nombre del rey, a aquel mendigo que se acercara por allí. Por consiguiente, a la mañana siguiente, la mujer se acercó al templo y se juntó con su marido.

«¿Por qué has venido hasta aquí? Le preguntó el Brahman. «¿Por qué has dejado a mis padres? ¿No te das cuenta que podrían maldecirme y entonces yo moriría? Vuelve inmediatamente, y espera hasta que yo vuelva.»

«No, no» dijo la mujer «No puedo volver y pasar tanta hambre y tanta necesidad, y ver a tu anciano padre y anciana madre morir. No queda ni un grano de arroz en la casa».

«¡Oh señor! Exclamó el Brahman «coge esto» continuó, haciendo unos garabatos en un pedazo de papel, y se lo dio a ella, «y dáselo al rey. Verás que él te dará un manojo de rupias por él.» Y diciendo esto él se despidió de ella, y la mujer se retiró.

En el pedazo de papel estaban escritos tres consejos:
• Primero: si una persona está viajando y llega a un lugar extraño por la noche, debe ser precavido y no dormir ni cerrar los ojos, a no ser que quiera cerrarlos para morir.
• Segundo: si un hombre tiene una hermana casada, y él la visita grandiosamente, ella le recibirá pensando en lo que puede obtener de él; pero si él la visita pobremente, ella le fruncirá el ceño y le repudiará.
• Tercero: si un hombre tiene que hacer un trabajo, tiene que hacerlo él mismo, y hacerlo con fuerza y sin miedo.

Cuando llegó a su casa, la mujer del Brahman, contó a los padres que había visto a su marido, y les contó sobre el valioso pedazo de papel que le había dado; le dijo que no queriendo ir ante el rey ella misma, mandó a uno de sus parientes. El rey leyó el papel, y ordenó que ese hombre fuera azotado y enviado fuera de su país.

Resulta que a la mañana siguiente la mujer del Brahman cogió el papel, y mientras andaba por la carretera dirección a darbar leyendo el papel, el hijo del rey se juntó con ella, y le preguntó que estaba leyendo, con lo cual ella le respondió que ella tenía en sus manos un papel que contenía ciertos pedazos de consejos, y por los cuales ella quería un manojo de rupias. El príncipe le pidió que se lo enseñara, y cuando lo leyó le dio a la mujer del Brahman una bolsa llena de rupias, y se marchó corriendo.

La pobre mujer del Brahman estaba muy agradecida. Ese día se acercaría a una gran tienda de alimentos y compraría comida para mucho tiempo.

Por la tarde el príncipe le contó a su padre el encuentro con la mujer, y le dijo que había comprado ese trozo de papel. El príncipe pensó que su padre estaría orgulloso de lo que había hecho. Pero eso no fue así. El padre se puso muy furioso, y echó a su hijo de su reino.Entonces el príncipe se despidió de su madre, de sus familiares y amigos, y se fue cabalgando con su caballo sin saber hacia donde ir. Cuando cayó la noche llegó a un lugar, donde conoció a un hombre que le invitó a refugiarse en su casa. El príncipe aceptó la invitación, y fue tratado como un príncipe, ya que le ofrecieron sus mejores provisiones.

«¡Ah!» pensó él, cuando se tumbó para descansar, «este es un caso descrito en el primer consejo que la mujer Brahman me dio. Hoy no voy a dormir en toda la noche.»

Estuvo bien tener esta precaución, ya que en mitad de la noche el hombre se levantó, y llevando su espada en su mano, se acercó al príncipe con intención de matarle. Pero el príncipe al oírle llegar se levantó y le habló.

«No me mates» le dijo «¿Qué beneficio sacarás de mi muerte? Si me matas después lo sentirás, igual que lo siente un hombre que mata a su perro.»

«¿Qué hombre? ¿Que perro?» le preguntó.

«Te lo diré» le dijo el príncipe, «si tu me das la espada.» Entonces el hombre le dio su espada, y el príncipe empezó su historia:

«Había una vez un lugar donde vivía un rico mercader que tenía un perro. Pero los negocios no le fueron bien y se encontró de pronto con la miseria. Así pues tuvo que partir. Otro mercader le dio un crédito de cinco mil rupias, y tuvo que dejar el perro como señal de ese dinero, y así poder empezar su negocio otra vez. Después de no mucho tiempo, la tienda de este último mercader, el que le había prestado el dinero, fue completamente saqueada por unos ladrones. Apenas quedaron diez rupias después del robo. El perro fiel sabía, de todos modos, lo que iba a ocurrir, y siguió a los ladrones y vio donde escondieron todo lo que robaron. Después volvió.

Por la mañana hubo muchas lamentaciones en la casa del mercader, cuando todo el mundo supo lo que había pasado. El propio mercader se estaba volviendo loco. Mientras se lamentaba, el perro daba vueltas en la puerta y empujaba a su señor, agarrándole por la camisa, y por donde podía, haciéndole ver que quería que saliera fuera de la casa. Al final un amigo sugirió que quizá, el perro conocía algo sobre lo que había pasado y aconsejaron al mercader seguir al perro. El mercader consintió, y fue detrás del perro, y llegaron derechos al lugar donde los ladrones habían escondido las cosas. En ese mismo lugar el perro empezó a escarbar y a ladrar, enseñando la forma de llegar hasta las cosas enterradas. El mercader y sus amigos excavaron en ese lugar y recuperaron todo lo que había sido robado. No se les dejaron nada a los ladrones.

El mercader estaba muy contento. Y de vuelta a su casa, decidió devolver el perro a su primer dueño, y le enrolló una carta en el collar, donde le explicaba lo que había ocurrido, y le ofrecía a su amigo olvidarse del crédito que tenía con él, e incluso le pedía aceptara otras cinco mil rupias como regalo. Cuando el mercader vio a su perro ir hacia su casa, pensó «¡Oh! Mi amigo está esperando por su dinero, ¿Cómo podré pagarle? No he tenido tiempo suficiente para recuperarme de lo que perdí. Mataré al perro antes de que llegue a la puerta de mi casa, y diré que ha sido otro el que lo ha matado. De esta manera terminaré con mi deuda.»

«No perro, no deuda». Por consiguiente se acercó y mató al pobre perro, y la carta cayó de su collar. El mercader la cogió y la leyó. Tuvo un dolor muy grande y estuvo muy decepcionado cuando supo los hechos que habían ocurrido.»

«¡Ten cuidado!» continuó el príncipe, «no sea que hagas algo de lo cual después te arrepientas.»

Ya casi había amanecido y en ese momento el príncipe terminó su historia. Después partió.

En su viaje, el príncipe visitó el país que pertenecía a su cuñado. Se disfrazó de hombre que meditaba y practicaba yoga, un yogui. Se sentó al lado de un árbol que estaba cerca del palacio, y fingió estar concentrado en su meditación. La noticia de que este hombre sabio y piadoso estaba cerca del palacio llego a oídos del rey. El rey se sintió muy interesado por él, ya que su mujer estaba muy enferma; y él había buscado incansablemente la forma de curarle, pero ninguna daba resultado. Entonces pensó, que quizá, ese hombre santo y sabio podría hacer algo por ella. Así pues le mandó llamar. Pero el yogui rechazó pisar el auditorio del rey, diciendo que su vivienda estaba al aire libre, y que si su majestad quería verle tendría que ir él donde el yogui así como su mujer. Entonces el rey avisó a su mujer y la llevó donde el yogui estaba. El hombre santo le ofreció que se postrara ante él, y cuando ella permaneció en esa postura alrededor de tres horas, le dijo que se levantara, porque estaba curada.

Por la tarde hubo una gran consternación en el palacio, porque la reina había perdido su rosario de perlas, y nadie sabia donde podía estar. Finalmente alguien fue donde el yogui, y encontró el rosario sobre la hierba, en el mismo sitio donde la reina estuvo postrada. Cuando el rey escuchó esto, se puso muy furioso, y ordenó que el yogui fuera ejecutado. Esta orden tan severa, de todas formas, no fue realizada, ya que el príncipe sobornó al hombre que debía matarle y escapó fuera del país. Pero lo más importante fue que el segundo consejo era cierto.

Vestido con sus pocas ropas, el príncipe estuvo caminando un día entero cuando vio a un alfarero que estaba llorando y riéndose alternativamente con su mujer y sus hijos. «¡Oh!» dijo el príncipe «¿Qué es lo que pasa? Si te ríes ¿Por qué lloras?, y si lloras ¿Por qué te ríes?»

«Eso a ti no te importa» le dijo el alfarero, «¿Qué pasa contigo?»

«Perdón» dijo el príncipe, «pero me gustaría saber la razón.»

«La razón es la siguiente» le dijo el alfarero. «El rey de este país tiene una hija a quien obliga a casarse todos los días, porque todos sus maridos mueren la primera noche de estar con ella. Casi todos los hombres jóvenes de este lugar han perecido de esta manera, y nuestro hijo será llamado muy pronto. Nos reímos porque es una cosa muy absurda -el hijo de un alfarero casándose con una princesa-, y lloramos por la terrible consecuencia de ese matrimonio. ¿Qué podemos hacer?»

«Verdaderamente es una buena razón para reír y para llorar al mismo tiempo. Pero no lloréis más» dijo el príncipe. «Yo tomaré el lugar de tu hijo, y seré yo el que se case con la princesa en vez de tu hijo. Únicamente préstame ropa adecuada, y prepárame para la ocasión.»

Así pues, el alfarero le dio ropa elegante y el príncipe se dirigió hacia el palacio. Por la noche fue llevado a la casa de la princesa. «¡Llegó la hora temida!» pensó; «¿Moriré igual que los muchos jóvenes que pasaron por esto antes que yo?» Apretó su espada con fuerza, y se tumbó en la cama con la intención de permanecer despierto toda la noche y poder ver que pasaba. En mitad de la noche vio a dos serpientes salir de la nariz de la princesa. Se movían sigilosamente hacia él con intención de matarle, igual que había hecho con los anteriores jóvenes: pero él estaba preparado y despierto. Agarró su espada y cuando se acercaron lo suficiente las atacó y las mató.
Por la mañana el rey se acercó a la casa de la princesa como de costumbre para preguntar que había pasado, y se quedó muy sorprendido al escuchar a su hija y al príncipe charlar alegremente. «¡Sin duda!» dijo «este hombre debe ser el marido de mi hija, ya que es el único que ha sobrevivido.»

«¿De donde vienes? ¿Quién eres?» le preguntó el rey cuando entró en la habitación.

«¡Oh majestad!» contestó el príncipe, «soy el hijo de un rey que reina en tal y cual país»

Cuando escuchó esto el rey se puso muy contento, e invitó al príncipe a permanecer en su palacio, y le ofreció ser el sucesor del trono.

El príncipe permaneció en el palacio alrededor de un año, y luego pidió permiso para visitar su propio país, lo cual le fue concedido. El rey le dio su elefante, caballos, joyas y abundante dinero para los gastos del viaje, e incluso un regalo para su padre. El príncipe partió.

En el camino de vuelta tuvo que pasar por el país que pertenecía a su cuñado, el cual hemos mencionado anteriormente. La noticia de su llegada alcanzó los oídos del rey, quien se acercó rápidamente hacia él y le preparo un homenaje de bienvenida. Humildemente le invitó a estar en su palacio y le suplicó que aceptara. Cuando el príncipe estuvo en el palacio vio a su hermana, quien le recibió con alegría y con muchos besos. Cuando estaban charlando le contó a los dos como fue tratado en su primera visita, y como escapó; después del regaló dos elefantes, dos bellos caballos, quince soldados, y joyas por valor de diez puñados de rupias.

Más tarde fue a su propio país, a su propia casa, e informaron a su padre y a su madre de su llegada. Por desgracia, sus padres se habían quedado ciegos de tanto llorar la pérdida de su hijo. «Permitirle entrar» dijo el rey «y rogarle que ponga sus manos sobre nuestros ojos, y podremos ver otra vez». Así pues el príncipe entró, y fue recibido muy cariñosamente por su viejo padre; y posó sus manos sobre sus ojos, y ellos vieron otra vez.

Entonces el príncipe les contó todo lo que le había ocurrido, y como había sido salvado en varias ocasiones gracias a los consejos que había comprado a la mujer Brahmani. Con lo cual el rey expresó su dolor por haberle enviado lejos.

Y reinó otra vez la alegría y la paz en todo el reino.

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