LEYENDAS Y CUENTOS
DE LA INDIA

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Como el hijo del Raja consiguió a la princesa Labam

En el campo vivía un Raja que tenía un hijo con el que salía a cazar todos los días. Un día la Rani , su madre, le dijo, «Puedes cazar por donde quieras en estas tres direcciones, pero nunca debes ir por esta cuarta dirección». Ella le dijo esto porque sabía que si iba por esa cuarta dirección, podría escuchar algo sobre la hermosa princesa Labam, y entonces podría abandonar a su padre y a su madre, e ir en busca de la princesa.

El joven príncipe escuchó a su madre, y le obedeció durante algún tiempo; pero un día, cuando estaba cazando en una de las tres partes que tenía permitido, recordó lo que le habían dicho de la cuarta parte, y decidió ir y mirar.

Cuando se acercó, se encontró en medio de la jungla, y lo que vio fue una gran cantidad de loros. El joven Raja disparó a unos cuantos, y entonces los loros volaron lejos, hacia el cielo. Todos, menos uno, el Raja de los loros que se llamaba loro Hiraman.

Cuando el loro Hiraman se encontró solo, gritó a los otros loros, «No huyáis y me dejéis solo cuando el hijo del Raja dispara. Si me abandonáis se lo diré a la princesa Labam»

Entonces todos los loros volvieron volando y charlando junto a su Raja. El príncipe se quedó muy sorprendido, y dijo, «¿Por qué estos pájaros pueden hablar?», y luego le dijo al loro, «¿Quién es la princesa Labam?, ¿Dónde vive?» Pero el loro no le dijo donde vivía la princesa. «Tu nunca descubrirás el país de la princesa Labam», eso fue todo lo que el loro le pudo decir.

El príncipe se encontró muy triste cuando se dio cuenta que no le podían decir nada más; tiró su arma, y se fue para casa. Cuando llegó a casa, no podía hablar ni comer, se tumbó en su cama y no se levantó en cuatro o cinco días, parecía enfermo.

Al final le dijo a su padre y a su madre que quería ir a visitar a la princesa Labam. «Debo ir», dijo; «Debo ver como es. Decirme donde está su país».

«Nosotros no sabemos donde está», respondieron su padre y su madre. «Entonces debo partir y buscarlo», dijo el principe. «No, no», dijeron ellos, «no debes dejarnos. Tú eres nuestro único hijo. Quédate con nosotros. Nunca encontrarás a la princesa Labam». «Tengo que intentar encontrarla», dijo el principe. «Quizá Dios pueda enseñarme el camino. Si sobrevivo y la encuentro, volveré otra vez; pero quizá muera en el camino, y no os vuelva a ver. Pero aún así debo marchar.»

TulipanesTuvieron que dejarle marchar, y lloraron mucho con su partida. Su padre le dio sus mejores ropas, y su mejor caballo. El príncipe cogió su arma, su arco y sus flechas, y otras cuantas armas, «quizá las necesite», dijo. Su padre, también le dio gran cantidad de rupias. Cuando tuvo todo preparado para la partida, dijo adiós a su padre y a su madre; y su madre cogió su pañuelo y envolvió en él algunos dulces que dio a su hijo. «Hijo mío, cuando tengas hambre como alguno de estos dulces» le dijo.

El príncipe partió, y cabalgó hasta que llegó a la jungla donde había un estanque y buena sombra de los árboles. Se bañaron, él y su caballo, y luego se sentó debajo de un árbol. «Ahora comeré alguno de los dulces que me ha dado mi madre, beberé un poco de agua y después seguiré el camino» pensó. Abrió el pañuelo y sacó uno de ellos. Encontró una hormiga en él. Sacó otro dulce y encontró otra hormiga en éste también. Entonces dejó estos dulces en el suelo, y cogió otro, y otro, y otro, hasta que había sacado todos; pero en cada uno de ellos encontró una hormiga. «No importa» dijo, «No comeré el dulce; las hormigas se los comerán». Entonces la hormiga Raja apareció, se colocó enfrente del príncipe y le dijo, «Has sido bueno con nosotras. Si alguna vez tienes problemas, piensa en mi y yo apareceré a tu lado.» El hijo del Raja se lo agradeció, montó en su caballo y continuó su camino. Cabalgó, y cabalgo hasta que llegó hasta otra jungla, y allí vio a un tigre que tenía una espina clavada en su pata. Estaba rugiendo del dolor.

«¿Por qué ruges de esa manera?» le dijo el joven Raja. «¿Qué es lo que te pasa?
«Tengo una espina clavada en mi pata durante 12 años», le respondió el tigre, «y me duele tanto, que por eso rujo»
«Bueno,» le dijo el hijo del Raja, «yo te la quitaré. Pero, como tú eres un tigre, cuando yo haga eso y te sientas bien, ¿después vas a comerme?»»Oh, no,» le dijo el tibre, «No te comeré, por favor quítame la espina.»
Entonces el príncipe sacó un pequeño cuchillo de su bolsillo, y sacó la espina de la pata del tigre; pero cuando lo estaba haciendo el tigre rugió más fuerte que nunca, tan fuerte que su esposa le escuchó desde la selva de al lado, y se acercó rápidamente para ver que pasaba. El tigre vio como ella se acercaba y escondió al príncipe en la jungla, para que ella no pudiera verle. «¿Que humano te ha atacado que ruges de esa manera? Le dijo su esposa. «Nadie que ha atacado,» le respondió su marido; «pero el hijo del Rafa ha venido y ha sacado la espina de mi pata.» «¿Dónde está él ahora? Dime donde está,» dijo la esposa. «Si me prometes que no le matarás, le llamaré», dijo el tigre. «No voy a matarle; solamente muéstramelo,» respondió.

Entonces el tigre llamó al hijo del Raja, y cuando él apareció el tigre y su mujer le hicieron muchas reverencias. Le hicieron además una gran cena, y estuvieron juntos durante tres días. Todos los días el príncipe miraba la pata del tigre, y al tercer día ya estaba totalmente curado. Fue entonces cuando se despidió de los tigres, pero antes de irse el tigre le dijo, «Si alguna vez tienes problemas, piensa en mí y yo apareceré a tu lado.»

El hijo del Raja cabalgó de nuevo hasta que llegó a la tercera jungla. Aquí encontró cuatro faquires cuyo profesor y maestro había muerto, y que les dejó cuatro cosas, -una cama, que lleva a cualquiera que se sienta en ella a cualquier sitio donde quiera ir; una bolsa, que da a su propietario todo lo que él desee, joyas, comida, ropas…; un tazón de piedra que da a su propietario toda el agua que quiera no importando lo lejos que esté de un estanque; y un palo y una cuerda, que el propietario le pueda decir, si alguien viniera a hacerle la guerra, «Palo, golpea a tantos hombres y soldados como hay aquí,» y el palo les golpearía y la cuerda les ataría.

Los cuatro faquires estaban discutiendo sobre estas cuatro cosas. Uno decía, «Yo quiero esto», otro decía, «Tu no puedes tener eso, yo lo quiero», y no paraban de decirse las mismas cosas. Entonces el hijo del Rajas del dijo, «No discutáis por estas cosas. Yo dispararé cuatro flechas en cuatro direcciones diferentes. Aquel de vosotros que consiga mi primera flecha, tendrá la primera cosa, la cama. Aquel que consiga la segunda flecha, tendrá la segunda cosa, la bolsa. Aquel que consiga la tercera flecha, tendrá la tercera cosa, la taza de piedra. Y aquel que consiga la cuarta flecha, tendrá la última cosa, el palo y la cuerda».

Todos estuvieron de acuerdo, y el príncipe disparó su primera flecha. Los faquires salieron veloces a conseguirla. Cuando ellos se la trajeron de vuelta, él disparó la segunda flecha, y cuando ellos encontraron y le trajeron de vuelta esa segunda flecha, disparó la tercera, y cuando trajeron esa tercera, disparó la cuarta. Cuando los faquires salieron veloces buscando esta cuarta flecha, el hijo del Raja dejó suelto su caballo en la jungla, y se sentó en la cama, la cogió y se llevó consigo la bolsa, la taza de piedra, el palo y la cuerda. Entonces dijo, «Cama, quiero ir al país de la princesa Labam.» La pequeña cama inmediatamente dio un brinco en el aire y empezó a volar, y voló y voló hasta que llegó hasta el país de la princesa Labam, donde se colocó lentamente sobre el suelo.

El hijo del Raja vio a algunos hombres, y les preguntó, «¿Qué país es éste?»

«El país de la princesa Labam», contestaron. Entonces el príncipe se acercó a una casa donde vio a una anciana mujer.

«¿Quién eres tú?» le dijo ella. «¿De donde vienes?»

«Vengo de un país muy lejano,»le contestó el príncipe; «¿Podría quedarme en su casa esta noche?»

«No» le contestó, «No puedo permitirte estar conmigo; ya que el rey ha ordenado que hombres de otros países no pueden estar en su territorio. Tu no puedes estar en mi casa.»

«Podemos hacer como que tu eres mi tiita» dijo el príncipe; «permíteme quedarme contigo por una noche. Ya casi ha oscurecido, y si regreso a la jungla, las fieras podrían comerme».

«Bueno» dijo la anciana mujer, «Puedes quedarte, pero sólo esta noche; pero mañana por la mañana te debes marchar, si llegan a oídos del rey que has pasado la noche en mi casa, me agarrará y me meterá en prisión».

Entonces le acogió en su casa, y el hijo del Raja se puso muy contento. La anciana mujer empezó a preparar la cena, pero él le paró, «Tiíta» le dijo «Yo te daré comida». Metió la mano dentro de la bolsa, diciendo, «Bolsa, quiero algo de cena», y la bolsa le dio inmediatamente una deliciosa cena servida en dos platos de oro. La anciana mujer y el hijo del Raja cenaron juntos esa noche.

Cuando terminaron de comer, la mujer le dijo, «Ahora voy a ir a buscar algo de agua».
«No vayas» le dijo el príncipe, «Tendrás cantidad de agua aquí directamente». Cogió la taza y le dijo, «Taza, quiero agua» y entonces empezó a llenarse de agua. Y cuando estaba lleno, el príncipe gritó, «¡Vale!, taza» y la taza dejó de llenarse. «Ves, tiita» le dijo, «con esta taza puedo conseguir todo el agua que quiera.»

Cuando ocurría todo esto la noche llegó. «Tiita» le dijo el hijo del Rajaa, «¿Por qué no enciendes la lámpara?» «No hay necesidad» le dijo ella. «Nuestro rey ha prohibido a la gente de este país encender ninguna lámpara; ya que, tan pronto como se hace de noche, su hija la princesa Labam, viene y se sienta en el tejado del palacio. Ella brilla tanto que alumbra a todo el país y a sus casas. Alumbra tanto que podemos trabajar como si fuera de día.» Cuando la noche se hizo oscura, oscura, la princesa se levantó. Se vistió con sus caros vestidos y sus joyas, recogió su pelo y alrededor de su cabeza se colocó una banda de diamantes y perlas. Es entonces cuando ella brilla como la luna, y su belleza transforma la noche en día. Salió de su habitación y se sentó en el tejado de su palacio. Durante el día nunca sale de casa; ella sólo sale de noche. Todas las personas en el país de su padre, pueden así regresar a su trabajo y acabarlo si ha dejado algo pendiente.

El hijo del Raja fue a mirar rápidamente a la princesa, y estaba muy feliz. Y pensó, «¡Que bella es!».

En mitad de la noche, cuando todo el mundo se había ido a la cama, la princesa bajó de su tejado y se fue a su habitación; se tumbó en su cama y se durmió. Fue cuando el hijo del Raja fue silenciosamente a su cama, y se sentó en ella. «Cama» le dijo, «quiero ir a la habitación de la princesa Labam». Y la pequeña cama le llevó a la habitación donde ella estaba profundamente dormida.

El joven Raja cogió su bolsa y dijo, «Quiero gran cantidad de hojas de betel»(son hojas de una planta medicinal que crece en la India), y de repente aparecieron millones de hojas de betel. Las colocó cerca de la cama de la princesa, y luego su pequeña cama le llevó de regreso a la casa de la anciana mujer.

A la mañana siguiente todos los sirvientes de la princesa encontraron las hojas de betel, y empezaron a comerlas. «¿Dónde habéis conseguido todas estas hojas de betel?» preguntó la princesa.
«Las encontramos cerca de tu cama», le contestaron los sirvientes. Nadie sabía que el príncipe había aparecido esa noche allí y las había dejado.

Por la mañana la anciana mujer se acercó al hijo del Raja. «Ya es por la mañana», le dijo, «y debes irte, si el rey descubre todo lo que he hecho por ti, me pondrá presa.»
«Hoy estoy enfermo, querida tiita», dijo el principe; «por favor, déjame estar hasta mañana por la mañana».

«Bueno» dijo la anciana mujer. Quédate entonces, y sacaron la cena de la bolsa, y la taza les dio su agua.

Cuando la noche llegó la princesa se levantó y se sentó en su tejado, y a las 12 en punto, cuando todo el mundo estaba en la cama, se fue a su habitación y se quedó rápidamente dormida. Entonces el hijo del Raja se sentó en su cama que le llevó donde estaba la princesa. Cogió su bolsa y dijo, «Bolsa, quiero el más maravilloso mantón que exista.» Sacó de la bolsa un espléndido mantón y lo colocó cerca de la princesa donde estaba tumbada. Luego volvió a la casa de la anciana mujer y durmió hasta la mañana siguiente.

Por la mañana, cuando la princesa vio el mantón se quedó maravillada. «Mira, mamá» le dijo a su madre; «Debe haber sido Khuda quien me ha dado este mantón, es tan bonito». Su madre estaba muy contenta también.

«Si, hija mía» le dijo; «Ha debido ser Khuda quien te ha dado este espléndido mantón.»

Es misma mañana, la anciana mujer le dijo al hijo del Raja, «Ahora realmente debes irte».

«Tiita» le contestó, «Todavía no me siento bien. Déjeme estar unos días más. Permaneceré escondido en su casa, y nadie podrá verme». Y la anciana mujer le permitió quedarse.

Cuando llegó la noche, la princesa se vistió con sus bellas ropas y joyas, y se sentó en el tejado. A media noche fue a su habitación y se durmió. Entonces el hijo del Raja se sentó en su cama y voló hasta la habitación de la princesa. Allí le dijo a su bolsa, «Bolsa, quiero un precioso y maravilloso anillo.» La bolsa le dio un anillo extraordinario. Entonces él cogió la mano de la princesa y suavemente le puso el anillo, cuando de repente la princesa se despierta y se asusta muchísimo.
«¿Quien eres?» le dijo al príncipe. «¿De donde vienes?, ¿Por qué estás en mi habitación?»
«No te asustes princesa», le dijo; «No soy un ladrón. Soy el hijo del gran Raja. El loro Hiraman, que vive en la jungla donde yo voy a cazar, me dijo tu nombre, y entonces dejé a mi padre y a mi madre y vine a verte.»
«Bueno,» dijo la princesa, «como eres el hijo de ese tal gran Raja, no te mataré, y diré a mi padre y a mi madre que deseo casarme contigo.»

El príncipe volvió a la casa de la anciana mujer; y cuando llegó la mañana la princesa le dijo a su madre, «El hijo de un gran Raja ha venido a este país, y deseo casarme con él». Su madre contó esto al rey.
«Bien» dijo el rey; «Pero si el hijo de ese Raja desea casarse con mi hija, primero él debe hacer cualquier cosa que yo le pida. Y si falla le mataré. Le daré ochenta libras en peso de semillas de mostaza, y deberá aplastarlas y conseguir su aceite en un día. Si no lo consigue morirá.»

Por la mañana el hijo del Raja le contó a la anciana mujer su intención de casarse con la princesa. «Oh,» dijo la mujer, «huye de este país, y no pienses en casarte con ella. Muchos grandes Rajas e hijos de Rajas han venido a casarse con ella, y su padre ha matado a todos. El dice que aquel que quiera casarse con su hija primero debe hacer aquello que él le pida. Si puede hacerlo, podrá casarse con su hija; pero si no puede, el rey tendrá que matarle. Pero nadie puede hacer las cosas que el rey pide; por lo tanto, los Rajas y los hijos de los Rajas que lo han intentado han muerto. A ti te matará también si lo intentas. «huye, vete de aquí.» Pero el príncipe no escuchaba lo que ella decía.

El rey mandó buscar al príncipe a la casa de la anciana mujer, y sus sirvientes llevaron al hijo del Raja a la casa del rey. Allí le dio ochenta libras de semillas de mostaza, y le dijo que tenía que aplastarlas y sacarles el aceite en ese día, y llevárselo a la mañana siguiente a su casa, al palacio. «Todo aquel que desea casarse con mi hija,» le dijo al príncipe, «debe hacer todo lo que le digo. Si no puede, entonces tendré que matarle. Por lo tanto, si tu no aplastas y sacas todo el aceite de estas semillas de mostaza, morirás.» El príncipe se sintió muy triste cuando escuchó esto. «¿Cómo voy a aplastar y sacar el aceite de todas estas semillas en un solo día?», pensó; «Y si no lo hago, el rey me matará»
Cogió todas las semillas de mostaza y las llevó a la casa de la anciana mujer, no sabía que hacer. Al final se acordó de la hormiga Raja, y al pensar en ella, la hormiga Raja apareció con el resto de las hormigas. «¿Por qué estás tan triste?, le preguntó la hormiga Raja.
El príncipe le enseñó las semillas de mostaza, y le dijo, «¿Cómo puedo sacar el aceite de todas estas semillas en un día? Si no se lo llevo mañana al rey, me matará.»
«Deja de estar triste» dijo la hormiga Raja; «túmbate y duerme; nosotras sacaremos el aceite de estas semillas a lo largo de todo el día, y mañana lo llevarás al rey.» El hijo del Raja se tumbó y se durmió, y las hormigas sacaron todo el aceite por él. El príncipe se puso muy contento cuando vio el aceite.

A la mañana siguiente el príncipe llevó el aceite a la casa del rey. Pero el rey dijo, «No puedes casarte con mi hija todavía. Si deseas casarte con ella, debes luchar con dos demonios y matarlos.» Hace mucho tiempo el rey atrapó a dos demonios, y luego, como no sabía que hacer con ellos, les encerró en una jaula. El temía soltarles, tenía miedo de que si los soltaba igual se comían a toda la gente de su país. Y él no sabía como matarles. Así que todos los reyes y todos los hijos de los reyes que querían casarse con su hija debían luchar con estos demonios; «ofreciendo la mano de mi hija» pensó el rey, «quizá pueda deshacerme de estos demonios».

Cuando el hijo del Raja escuchó lo de los demonios se puso muy triste. «¿Qué puedo hacer?, pensó. «¿Cómo puedo luchar con dos demonios?» Luego pensó en el tigre, y el tigre y su mujer aparecieron ante él, y dijeron, «¿Por qué estás tan triste?» El hijo del Raja contestó, «El rey me ha ordenado luchar con dos demonios y matarles. ¿Cómo puedo hacer eso?». «No te asustes», le dijo el tigre «Sonríe. En vez de luchar tú, yo y mi mujer lucharemos con él.»

Entonces el hijo del Raja sacó de la bolsa dos espléndidos abrigos. Eran de oro y plata, cubiertos de perlas y brillantes. Se los puso a los tigres para hacerlos más hermosos, y los llevó hasta el rey, y le dijo, «¿Pueden estos tigres luchar por mí contra los demonios?», «Si» dijo el rey, ya que lo único que le importaba era matar a los demonios, no quien los iba a matar. «Entonces llama a los demonios» le dijo el hijo del Raja, «y estos tigres lucharán». El rey así lo hizo, y los tigres y los demonios lucharon, y lucharon, y lucharon hasta que los tigres mataron a los demonios.
«Esto es maravilloso», dijo el rey. «Pero debes hacer algo más antes de darte a mi hija. «Arriba, en lo alto del cielo tengo un timbal. Debes ir allí y tocarlo. Si no haces esto, te mataré.»

El hijo del Raja pensó en su pequeña cama; fue a la casa de la anciana mujer y se sentó en su cama. «Pequeña cama» le dijo «Arriba, en el cielo está el timbal del rey. Quiero ir allí» La cama voló con él, el hijo del Raja tocó el timbal, y el rey lo escuchó. Todavía, cuando volvió, el rey no quería entregarle su hija. El rey le dijo al príncipe, «tu has hecho las tres cosas que te he dicho que hagas; pero debes hacer una cosa más.» El hijo del Raja le respondió, «Si puedo, lo haré».

Entonces el rey le enseñó el tronco de un árbol que estaba cerca de su palacio. Era un tronco muy, muy grueso. Le dio al príncipe un hacha de cera, y le dijo, «Mañana por la mañana debes cortar este tronco en dos partes con este hacha de cera».
El hijo del Raja volvió a la casa de la anciana mujer. Estaba muy triste, y pensó que ahora el rey podría matarle de verdad. «Conseguí el aceite gracias a las hormigas», pensó. «Maté a los demonios gracias a los tigres. Mi cama me ayudó a tocar el timbale. Pero ahora ¿que puedo hacer? ¿Como podría cortar ese grueso tronco con un hacha de cera?

Por la noche fue a ver a la princesa en su cama. «Mañana» le dijo, «tu padre me matará». «¿Por qué?» le preguntó la princesa.
«El me ha dicho que corte un grueso árbol con un hacha de cera. ¿Cómo puedo conseguir hacer eso?» dijo el hijo del Raja. «No estés asustado» le dijo la princesa: «hazlo de la manera que yo te diga, y lo cortarás fácilmente.»

Entonces se arrancó un pelo de su cabeza, y se lo dio al príncipe. «Mañana» le dijo, «cuando nadie esté cerca de ti, debes decir al tronco «La princesa Labam te ordena que permitas ser cortado en dos por este pelo», entonces estira el pelo hasta el borde de la hoja del hacha de cera.»

Al día siguiente el príncipe hizo exactamente lo que la princesa le había dicho; y en un minuto el pelo que estaba estirado en el borde de la hoja del hacha de cera, tocó el tronco y se dividió en dos partes.

Y el rey dijo, «ahora puedes casarte con mi hija». Y la boda se realizó. Se invitó a todos los Rajas y reyes de países de alrededor que asistieron a la boda, y hubo mucha alegría y regocijo. Después de algunos días el hijo del Raja le dijo a su esposa, «Vayamos al país de mi padre». El padre de la princesa Labam les dio gran cantidad de camellos, caballos, rupias y sirvientes; y viajaron con gran lujo hacia el país del príncipe, donde vivieron muy felices.

El príncipe siempre guarda muy bien su bolsa, su taza, su cama y su palo; como nunca encontró a nadie que quisiera hacerle la guerra, el palo es la única cosa que nunca necesitó usar.

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